‘Orfancia’ – el hambre que te devora

Son pocas las veces que realizo apuestas personales sobre obras literarias recientes; últimamente suelo tirar de lecturas con unos cuantos años y un prestigio que me exime de devanarme los sesos en busca de algo que me pueda interesar. Sin embargo, hubo algo en la sinopsis de Orfancia que me llamó la atención:

Un niño demasiado delgado en un mundo demasiado insípido. Un padre y una madre obsesionados con la comida; una lucha diaria que sólo puede acabar en tragedia. O en comedia, en una comedia muy negra.

No he encontrado la comedia por ningún lado en Orfancia, aunque sé que la novela está plagada de personajes sumamente risibles. Tal vez se me quitaron las ganas de reír al comprender la intencionalidad de Athos Zontini con esta novela, un reflejo preciso de una sociedad que proclama las bondades de la familia pero que en muchas ocasiones mantiene huérfanos a sus componentes.

A través de la mirada de un niño de ocho años, Zontini explora temas como la violencia, el desapego y los roles prefijados. En particular, me ha gustado su retrato de lo ridículos que podemos llegar a ser los seres humanos; los padres del protagonista sienten una leve preocupación y un hiriente desprecio por su hijo, no porque se niegue a comer y con ello peligre su salud, sino porque con sus acciones el niño quebranta la supuesta normalidad que debería imperar en cualquier familia de bien.

Su máscara de felicidad se desintegra con la determinación del pequeño a no comer; no pueden seguir fingiendo habiendo un disidente entre sus filas. Orfancia, esa mezcla entre orfandad e infancia, habla precisamente del abandono por parte de unos progenitores empecinados en mantener las apariencias y en la tozudez de un niño diferente al resto, que todavía mantiene una visión clara del mundo que le rodea.

Probablemente, el desenlace de Orfancia sea uno de los aspectos más controvertidos de la novela. A mí, personalmente, me impactaron mucho más los fragmentos de violencia a los animales: esas muestras de crueldad y de la falta de escrúpulos, que son precisamente las que encienden el hambre del protagonista, me dieron escalofríos. Cuando pierde su humanidad y se muestra implacable es cuando está más cerca de mimetizarse con el resto. Respecto al final, a mi parecer Zontini ofrece el desenlace perfecto. En primer lugar, porque no me esperaba que los desvaríos del protagonista fueran algo más que eso; en segundo lugar, porque funciona perfectamente tanto como alegoría como golpe de efecto.

El niño se rinde y empiece a comer; da rienda suelta a su crueldad y se vuelve uno más, igual que todos. Lo que antes detestaba ahora forma parte de su ser; que sus padres le devoran no viene a decirnos otra cosa que el ciclo se ha cumplido. La Orfancia ha dado paso a la siguiente fase, en la que nuestro protagonista es ya una pieza de la sociedad enferma, que busca constantemente engrasar su máquina y alimentarse.

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Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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