The Florida Project – las grietas del sueño americano
Lo de abordar desde la mirada cinematográfica «el sueño (norte)americano» parece un subgénero en sí mismo. Muchas de esas películas nos muestran, unas veces de forma algo ingenua, otras incidiendo en la importancia de la tenacidad y del esfuerzo, la posibilidad de hacer tangible ese ideal de la casita con jardín que con tanto fervor nos llevan vendiendo durante décadas. Sin embargo (y ahí viene lo interesante) también son muchos los films que aportan un interesante twist: el de que, bajo esa superficie idílica subyace algo menos complaciente (tal vez una oreja, como en Blue Velvet, o kilos de insatisfacción e hipocresía como nos mostró American Beauty). The Florida Project se suma a uno de estos últimos ejemplos en los que el cine vuelve a otorgarnos una visión menos amable de la supuesta realidad de ensueño, y lo hace situándose junto a uno de los lugares más idealizados del planeta: un parque de atracciones.
Y no es un parque de atracciones cualquiera; es ni más ni menos que Disneyworld y sus proximidades, el territorio en el que Mooney, una niña de seis años, y sus amigos tienen como zona de juego durante los largos días de verano. Ella y muchos otros viven en un motel cercano al complejo turístico, donde el único parecido con el hogar de Mickey Mouse son los tonos pastel. El resto no es más que pintura desconchada y familias que, golpeadas con dureza por la crisis económica, subsisten tratando de atisbar una vida mejor, la que se adivina en cada uno de los visitantes que llegan para disfrutar de su tiempo de ocio entre atracción y atracción.
Precariedad a todo color
The Florida Project es una cinta con una estética colorista, imbuida del espíritu de la tierra prometida, donde las andanzas de sus personajes se centran en Mooney, su madre Hailey y el administrador el motel. No hace falta fijarse mucho para hallar la decadencia de su realidad diaria: Hailey es una madre joven e inmadura, que a duras penas sabe cuidar de si misma y que sobrevive a base de triquiñuelas para comer cada día; el administrador (interpretado por un efectivísimo Willem Dafoe) es el siempre contrariado «padre» de la comunidad, empecinado en repetir lo mucho que todos le molestan pero embarcado en la nada grata misión de cuidar de las pobres almas que habitan las habitaciones del edificio. Y Mooney continúa viviendo en la burbuja de la infancia, absorbiendo lo que la rodea de forma despreocupada y ocupando el tiempo de la manera que sólo los niños lo saben hacer.
El film de Sean Baker me ha parecido soberbio en los detalles más que en el conjunto: en cómo el personaje de Dafoe pinta el edificio mientras ejerce su rol paterno, siempre más atento a los demás de lo que le gustaría. O en cómo los mayores golpes suceden fuera de cámara, con una Mooney jugando con sus muñecas en el cuarto de baño, ajena a todo. También en Hailey, que continúa actuando como una hermana mayor rebelde mientras una preocupación que la sobrepasa empieza a acumulársele en la mirada. No estamos ante un drama al uso: Baker no se ceba en mostrar tristeza o la insostenibilidad en la que viven inmersos sus personajes, sino que mantiene la cinta viva al ritmo de los niños, naturales hasta más no poder.
Y así, mientras Mooney y los demás siguen jugando entre los bastidores de lo que parece un gran teatro, la mala sensación comienza a acumularse en un espectador que procesa a posteriori, tras ese plano final, tan inconcluso que parece un punto y seguido. Una vez más, en The Florida Project tiene valor tanto lo que se observa como lo que no, sobre todo esa gran presencia invisible pero constante procedente de la diversión fastuosa que promete un lugar como Disneyworld, y que se convierte en en recuerdo persistente de la felicidad que no pueden alcanzar (como el arco iris) y que están obligados a contemplar día tras día.
Ficha The Florida Project Filmaffinity
Trailer The Florida Project
