Alta fidelidad (Nick Hornby)
El «problema» (o la ventaja táctica) de ciertas novelas que optan por la narración en primera persona radica en la apuesta por un personaje al que acompañamos en sus acciones y pensamientos durante el número de páginas en que se desarrolle la historia. Algunos de ellos, a pesar de ser (y lo siento por la palabra, pero no se me ocurre una mejor) unos capullos integrales como es el caso de Ignatius J. Really en La conjura de los necios, nos encantan por su comicidad o por el deje atónito que nos producen sus acciones y formas de actuar -aunque probablemente cambiaríamos de acera si nos topáramos con ellos en la calle-. Sin embargo, hay otros que se convierten en incómodos compañeros de travesía, bien porque, directamente, nos resultan antipáticos o bien porque no logramos empatizar con ellos. Luego tenemos el curioso caso de Rob, el protagonista de la novela que nos ocupa, Alta fidelidad, la clase de persona que, a resultas de una primera impresión, la catalogaría como persona non grata en mi círculo de amistades y relaciones, pero con la que me es imposible no llegar a sentir cierta sintonía (vale, o mucha sintonía) en determinados momentos. Eso me crea una especie de contradicción algo incómoda ¿y de quién es la culpa? Del señor Nick Hornby.
Ésta no es la primera novela que leo del escritor británico, aunque lo cierto es que en el momento de redactar estas líneas recuerdo poco o casi nada de Todo por una chica‘ si bien si me acuerdo de la sensación de cercanía y de calor que logró despertar en mí gracias a su habilidad creando historias con las que es fácil sentirse identificado. En el caso de Alta fidelidad tenemos a Rob, un hombre de 35 años cuyo hobby favorito a parte de hacer listas y reordenar su colección de vinilos y cintas de música consiste en comerse la cabeza de mala manera, un poco al modo que solemos hacer todos cuando algo nos perturba o cuando estamos en un momento particularmente ingrato de nuestra vida (o, al menos, que contemplamos de esa manera). Rob se encuentra en plena ruptura amorosa, ya que su novia Laura le ha dejado; a medida que las páginas se suceden vamos conociendo más a más la forma de pensar de un hombre que comprende que jamás podrá sentirse del todo feliz porque la música le ha puesto un listón demasiado alto a sus expectativas.
Alta fidelidad es una novela que ha logrado contrariarme, hacerme sonreír y medio enfadarme, un mix curioso y bien aceptado teniendo en cuenta la desidia que te envuelve a la hora de abordar muchas historias incapaces de tocarte una sola fibra emocional. El caso es que Rob piensa muchas cosas que, particularmente, pueden sacarme de mis casillas: su forma de contemplar las relaciones, a las mujeres en general, sus impulsos infantiles a la hora de abordar la confrontación y las responsabilidades, su pánico ante cualquier mínimo proyecto de futuro y un largo etcétera. Sin embargo, y aquí llega la magia, también es cierto que Rob, en cierto modo, me representa: yo también he crecido absorbiendo música a todas horas y por todos los poros de mi piel, sintiendo que algunas melodías eran más importantes que todo lo demás y permitiéndome soñar con todas esas imágenes que algunas de esas tonadas suscitaban en mi cabeza. Sobre todo, y es inevitable, ha habido toneladas de música que he asociado a muchos momentos de mi vida, y también a todas esas personas que he querido, muchas de ellas en «modo oculto», sin dejar traslucir mis sentimientos pero con todo un mundo de esperanzas basadas en canciones que hablaban del amor, del desamor y de todas esas emociones que sólo sirvieron para crear -y descartar- universos repletos de realidades paralelas.
Yo también he sido una soñadora como Rob, incontrolablemente romántica, irremediablemente nostálgica y totalmente destinada a fracasar en cada una de esas historias de amor que ni siquiera llegaron a surgir a la luz. He pasado tantas horas recreando momentos e historias que éstas llegaron a tener tanta importancia como la propia vida. Por ésta y por muchas razones, me siento vetada a condenar a una persona como el protagonista de Alta fidelidad, incapaz de someterse a una realidad mundana en la que el amor es algo diferente de la pasión y de las historias imposibles, sino algo más terrenal. Ese sentimiento sobre el cual resulta imposible alcanzar la felicidad es real, porque existimos aquellos quienes, en cierta medida, somos felices sintiéndonos desdichados bajo la sombra de un amor imposible, porque estos nos permiten soñar y no cierran ninguna puerta.
‘Alta fidelidad’ es el libro que cualquier persona algo melómana y soñadora debería leer en sus treintas, tal como yo he hecho; aún tengo 29 pero siento esa infelicidad directamente enlazada a mi mundo laboral, el sentimiento de no estar exactamente donde debería en todos los ámbitos de mi vida, y de hacerme preguntas relativas a en qué momento del camino dejé de soñar y me conformé, simplemente, con estar. Hornby crea un retrato creíble (aunque no definitivo, por suerte) de una manerade pensar. En mí ha logrado reunir una gran cantidad de sensaciones y, al mismo tiempo, disfrutar de la música, y sinceramente pienso que si tuviera que realizar una lista de los libros que todo amante de la música debería leer, sin duda Alta fidelidad tendría su lugar en ella, como uno de esos amores que dejan mella en uno y que nunca te abandonan de todo, a pesar de que la vida continúe y se encargue de descartar opciones por ti.
Ficha de Alta Fidelidad OhLibro
Crítica Alta Fidelidad (película)