Éramos dos las que seguíamos el río. El Garona nos regaló a mi amiga Romina y a mí la que, seguramente, fue la panorámica más bonita de Toulouse en aquel viaje que representaba el comienzo de una nueva vida para ella… y un pequeño paréntesis para mí, que habría de terminar ese mismo día.
Las seis horas de autobús hasta la localidad francesa nos habían dejado cansadas y adormiladas ya desde una primera hora demasiado temprana; conciliar el sueño fue difícil, poco acostumbradas a los vaivenes del transporte nocturno, así que nuestra llegada a las 6:00 am a la estación fue como espabilarse de una extraña duermevela.