Los restos del día – Kazuo Ishiguro

Aquello que permanece

Ayer se resolvió el ganador del Nobel de Literatura 2017 y tuve una muy agradable sorpresa al enterarme que había sido nada más y nada menos que el escritor japonés Kazuo Ishiguro. Hace años que cuando me preguntan por mis libros y autores favoritos tengo problemas para contestar; he leído, pero no lo suficiente. Sé que hay muchísimas lecturas consideradas esenciales que aún me falta abordar, muchísimos autores descritos como «claves» en el panorama literario por descubrir; sin embargo sí que puedo decir que, tras haber leído tres novelas y un libro de cuentos de este autor, hace tiempo que cito a Ishiguro entre mis imprescindibles.

A falta de explorar más en su literatura (incluso tengo pendiente El gigante enterrado, su última novela», las lecturas que he podido disfrutar de este escritor han dejado un poso importante en mí. Hay muchas lecturas diferentes, pero la sensación que permanece al terminar algunas de ellas, cuando sabes que has navegado durante un tiempo por algo especial, es similar. Mucha gente descubrió a Kazuo Ishiguro gracias a la adaptación de la novela Nunca me abandones (muy satisfactoria, por cierto); por aquel entonces yo ya había leído el material original y me había enamorado su prosa elegante y la forma de pasmar los sentimientos de los personajes. La literatura que he leído de otros autores japoneses siempre me ha parecido, en cierta manera, característica por esa formar de recubrir las emociones de cierta frialdad; Ishiguro añade otro matiz muy interesante. Y es que es capaz de hacer hablar a sus personajes sin que lleguen a expresar sus sentimientos y que, a pesar de ello, no haya inequívoco posible sobre la naturaleza de sus convicciones, autoengaños y emociones latentes.

La sutileza de los sentimientos

Este autor japonés consigue algo muy difícil; consigue narrar de forma sutil y elegante pero sin perder la sencillez en el uso de las palabras, eligiendo sabiamente qué escribir y qué omitir para que el lector logre dibujar en su mente un mapa de lo que sucede, sin obviedades, sin golpes de efecto, pero con pequeños golpes emocionales directos al corazón. Lo logró en Nunca me abandones y, sin duda alguna, lo logró en Los restos del día, una novela menos extensa pero maravillosa a la hora de condensar tanto de una forma tan particular.

Los personajes de Ishiguro parecen estar revestidos de cierta flema solemne que alcanza su máxima expresión en el personaje de Stevens, el mayordomo protagonista de esta historia. A través de sus ojos vamos siendo partícipes de determinadas situaciones, diálogos y pensamientos. Y nosotros, comprendemos. Aunque él no lo haga. Su relación con la ama de llaves, Miss Kenton, se basa en las impecables maneras que debe mantener el servicio perteneciente a una casa de prestigio, y mientras, poco a poco, vamos desgranando la pequeña tragedia de este mayordomo de modales impolutos y de su obsesión por mantenerse digno, somos testigos de lo fácil que es cerrar los ojos.

Discúlpeme, señor, pero me temo que no he sido consciente de semejantes acciones.

Claro, pero es porque no le han interesado lo más mínimo. Usted sólo ve pasar las cosas, sin pararse a pensar en lo que significan.

Stevens se asienta en esa imagen es fría y protocolaria que le resulta más cómoda, pero al mismo tiempo resulta pueril e incluso ingenuo en muchos de sus actos y palabras. Decide mentirse a si mismo y el resultado es que lograr boicotear para su persona cualquier posibilidad de ser feliz, a pesar de tenerla al alcance de su mano. A través del análisis de sus recuerdos entramos en el fascinante juego de poseer, como lectores, una comprensión más allá del propio protagonista, a pesar de estar ambos presentes en el mismo escenarios. Pero ya se dice; no hay más ciego que aquel que no quiere ver.

Para terminar, debo decir que la adaptación cinematográfica de Los restos del día (o Lo que queda del día), protagonizada por Anthony Hopkins y Emma Thomson en los roles de Mister Stevens y Miss Kenton fue francamente sublime y que respeta a la perfección la sutileza y la narrativa de Ishiguro.

Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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