Pieles – la banalización de lo subversivo

Que vaya por delante que valoro quienes arriesgan, innovan y se ponen el mundo por montera. Como fábrica de clones ya tenemos a una buena fracción de Hollywood dispensando producciones con guiones reciclados y escenas mil veces vistas. Negar que Pieles contiene influencias sería como negar que Tarantino se inspira en los límites del plagio: salvando las distancias, me han venido a la cabeza ecos de Freaks y reminiscencias del costumbrismo kitsch de Almódovar, pero Eduardo Casanova consigue plasmar su imaginario en una obra de autor que, aun con sus trabas y carencias, exuda autenticidad ante el ejercicio de un realizador explorando el terreno de juego.

Reparto en carne viva

Pieles no es una película fácil en el sentido de la aceptación de la audiencia; dudo que Ana Polvorosa pensara lo contrario mostrando una abertura anal en el centro de sus cara, ni cualquiera otra de las personas implicadas en la cinta. Si hay otra aspecto que hay que reconocerle a la ópera prima de Eduardo Casanova, conocido por su papel de Fidel en la popular serie de televisión Aída (aunque creo que con esta declaración de principios ha logrado un abrupto punto y aparte en su carrera) es la valentía del reparto implicado; casi todos actores reconocidos en el panorama del cine español y sin necesidad alguna de embarcarse en un proyecto de semejante riesgo más allá que por motivaciones personales/artísticas. Sin embargo, han sido precisamente sus actores más noveles (Itziar Castro y Eloi Costa) quienes han obtenido reconocimiento en forma de sendas nominaciones a los Premios Goya.

En Pieles la gama de colores rosados y lilas supone la constante cromática en la que se mueven sus personajes, por otra parte alejados de ese término tan feo (pero usado hasta la saciedad cada vez que se nos acaban los adjetivos) que es «normal». La mayoría de ellos sufren deformaciones o carencias físicas que les sitúan, de forma automática, en el banquillo de la sociedad. El film no nos descubre nada nuevo; sabemos que el ser humano, como colectivo anónimo, sabe ser cruel con quienes son diferentes, y ésta es la idea que gravita (y cae como un meteorito sobre sus personajes) a lo largo de toda la cinta.

Estamos ante un reparto coral que protagoniza historias cruzadas, lamentablemente no muy desarrolladas y que funcionan a modo de pinceladas grotescas. Cuando escribo «grotescas» no me refiero a sus diferencias físicas, sino en la manera como Casanova las hiperboliza a través de sus presentaciones y escenarios comunes (las joyas que se convierten en ojos,  la desnudez al servicio de lo escatológico y un largo etcétera).

La belleza interior 

El film se queda en la superficie (una muy ornada, eso sí) y da la sensación que su principal objetivo consiste en incomodar al espectador. El «problema» es que gran parte de la audiencia se divide en dos: aquellos que están más versados a este tipo de ejercicios rupturistas, que lejos de escandalizarse ante la propuesta, más bien critican que la mera apariencia provocadora no arriesgue en el fondo y no profundice en nada; después están aquellos poco acostumbrados a obras como éstas, personas susceptibles a sentirse a disgusto ante la exhibición vivida. Mi posición estaría, sin duda, en el primer grupo, aunque con matices: me gusta la belleza feísta de muchas de sus imágenes, la dulzura casi infantil de sus personajes, sumergidos en entornos esperpénticos. Pero me falla el ahínco por resaltar la «anormalidad», como si en cada plano tuviéramos junto a nosotros al director, mirándonos, esperando nuestras reacciones de repulsa o admiración.

Aun así, repito: bravo por quiénes sacuden al gigante dormido que a veces parece el cine. Aunque sólo sea por crear controversia y reacción (cosa que no creo; realmente me parece que podemos esperar cosas de Eduardo Casanova a medida que siga refinando y explorando su mundo), el debate es sinceramente bienvenido.

Ficha Pieles Filmaffinity

Trailer Pieles

Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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