Rogue one – la rebelión en marcha
Mi amigo Germán Muñoz ha escrito su crítica sobre Rogue One, con la que estoy muy de acuerdo y concuerda bastante con la videocrítica que elaboré hace unos días (aunque la mía está explicada de forma mucho más «de estar por casa»). La podéis leer a continuación:
A estas alturas, Rogue One no necesita demasiadas presentaciones: el último producto de la saga Star Wars, como era de esperar, ha arrasado en taquilla y en la factoría Disney se deben estar frotando las manos de lo bien que les ha salido la adquisición de la franquicia. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y Rogue One no es una excepción. Escenografía, vestuario, efectos especiales, banda sonora y otros aspectos técnicos son de 10. Sin embargo, cuando entramos en el terreno de lo narrativo (no hay que olvidar que este tipo de cine busca contar una historia) empiezan los problemas.
Rogue One y su papel en la saga
Rogue One tiene que lidiar con su propia premisa: nos encontramos ante la historia de cómo los rebeldes, ante el auge del Imperio y la construcción de esa descomunal arma de destrucción masiva (aka la Estrella de la Muerte), deciden recuperar los planos para poder destruirla. En otras palabras, Rogue One se ubica entre el Episodio III y el Episodio IV y, por lo tanto, tanto su punto de partida como su punto final ya estaban escritos mucho, mucho, mucho antes de que empezara a gestarse.
Cualquiera que haya visto Star Wars: Episode IV – A new hope, sabe que la Princesa Leia tiene a su disposición los codiciados planos y que ninguno de los rebeldes que aparecen en Rogue One tiene continuidad en la saga. Así que, a menos de que Disney hubiera decidido inventarse un final feliz en el que justificara la no aparición en los episodios posteriores de los protagonistas, Jyn Erso (Felicity Jones) y Cassian Andor (Diego Luna), el espectador un poco avispado podía deducir el devenir del film.
Superpoblación en Star Wars
Con esas bases, Rogue One necesitaba un desarrollo sólido que dotara la película de identidad propia y que justificara su existencia más allá de ser un subproducto Star Wars, y aquí es donde falla. Los planos de la Estrella de la Muerte eran el perfecto macguffin, y sin embargo, la sensación es que no han sabido aprovecharlo.
Rogue One podría haber emulado perfectamente a Indiana Jones, otra creación de George Lucas, y convertir esos mapas en el arca de la alianza o el santo grial del universo Star Wars: si los consiguen o no es lo de menos, nos importa el viaje, y en este caso, el viaje de Jyn y compañía es rutinario, lleno de altibajos y siempre predecible.
Parte de ese devenir irregular se debe a los propios personajes. La necesidad imperiosa de meter cantidad de futuros productos de márquetin resulta un lastre, porque la sensación es ésa, la de que cuantas más criaturas aparezcan, mejor; pero en una época en la que las series son capaces de llenar temporadas y temporadas desarrollando personajes y dotándolos de una dimensión jamás vista en la televisión y el cine, querer presentar más de una decena de personajes en tan sólo 2 horas de metraje resulta, cuanto menos, atrevido.
A un producto Star Wars tampoco se le pide personajes extremadamente complejos (al fin y al cabo estamos ante la eterna batalla entre el bien y el mal dirigida a un público generalista), pero sí, como mínimo, un poco de carisma.
La media hora final que todo fan de Star Wars desea
Retomando el ejemplo de Indiana Jones, cualquiera que vea Riders of the lost ark terminará por amar el personaje interpretado por Harrison Ford sin que éste sea un despliegue de complejidad; pero Rogue One no consigue en ningún momento esa identificación. La cantidad de frentes abiertos hacen que la acción esté muy fragmentada y nunca llegues a ahondar en aspectos concretos.
La película podría haber optado por focalizar su atención en Jyn Erso y, a partir de ella, ir descubriendo los otros personajes y las relaciones que se establecen entre ellos, pero no fue el caso y, como viene sucediendo en Star Wars desde sus orígenes, los personajes robóticos acaban por ser los que despiertan más pasiones (K-2SO no iba a ser una excepción y Darth Vader, más robot que humano, tampoco).
Pese a todo ello, esa sensación de insatisfacción desaparece a medida que se acerca el final y la tragedia cada vez es más evidente. Poco a poco el destino fatal de todos los protagonistas se va confirmando en una batalla galáctica en la que es donde realmente se plasma el entretenimiento que todo fan de Star Wars buscaba. Esos 30 minutos de X-Wings y TIE-Fighters son excelentes, con un ritmo trepidante, acciones paralelas entre los rebeldes en el espacio y los que se encuentran en la base imperial; sin embargo, el hecho de que no se haya empatizado con los personajes en la hora previa de metraje hace que sus muertes no nos duelan y, lo peor de todo, que nos olvidemos de ellos en cuanto Darth Vader hace acto de presencia para recuperar los mapas de la Estrella de la Muerte.
Rogue One apela a la nostalgia
En esa escena, probablemente una de las mejores que se han visto en toda la saga galáctica, se hace evidente que nada de lo contado en Rogue One es capaz de asemejarse ni por asomo a lo clásico y, por lo tanto, pone en cuestión la necesidad real de contar esta historia que nada aporta a lo ya sabido por los espectadores.
Soy el primero que me alegro del plan de Disney de mantener la saga viva hasta el 2020 con una entrega anual: Star Wars puede generar material hasta los confines de la galaxia. Y aunque no lo parezca, disfruté de Rogue One y considero que tiene puntos positivos (ojalá se atrevan a mantener el tono oscuro para los próximos episodios), pero eso no quiere decir que tengamos que vendarnos los ojos.
Rogue One es, en definitiva, un aperitivo: a nadie le disgustan unos canapés o unas patatas bravas, pero no te sacian. Disney ha optado por hacer de este spin-off una película menor, por lo que habrá que esperar hasta el año que viene para disfrutar del plato fuerte: el Episodio VIII.
Ficha Rogue One Filmaffinity
Trailer Rogue One
https://www.youtube.com/watch?v=vRr23DyGIh4