‘Ghost in the shell’: ecos de futuro
Voy tarde, lo sé. A lo largo de mi vida voy acumulando vivencias, recuerdos, miscelánea inservible en la habitación (y en la cabeza)… e interminables listas de libros, films y de otras piezas ocio-culturales que distan mucho de perder lastre y que, en cambio, no paran de hincharse más y más. En definitiva, que no es raro que una película como Ghost in the shell se pase varios años en lista hasta que finalmente acabe hincándole el diente.
Distopía robótica
Este ha sido el caso de Ghost in the shell, un anime cyberpunk y existencialista que lleva ya unos cuantos años provocando exasperantes (y entusiastas) mind-blowings a cabezas de todo el mundo. Aprovechando el cada vez más cercano estreno del live-actionbasado en este anime y protagonizado por Scarlett Johanson, decidí aprovechar para liquidar esta cuenta pendiente y visionar como mínimo el primero de los films de esta saga.
Ghost in the shell me sorprendió, tanto por su capacidad de plantear preguntas de real enjundia y que deberían acabar pasando por nuestras mentes en un momento u otro como por su garbo en el trazo de la animación y la puesta en escena de un mundo decadente en todo su esplendor tecnológico. Los temas que trata nos interpelan directamente; es imposible que no lo hagan dado el modelo de comunidad global que estamos creando.
Empatía robótica
La sensación al visionar este anime es la de estar contemplando un Tokyo totalmente despersonalizado, moderno y plagado de la más alta tecnología, y al mismo tiempo extirpado de cualquier tipo de humanidad. La ciudad es el reflejo de una sociedad donde la identidad está más que perdida y en la que se plantea la inteligencia artificial como el nuevo escalón de la escala evolutiva.
La réplica a la cuestión de los robots y su falta de derecho a equipararse a las personas es desarmante: la humanidad se basa en el recuerdo colectivo, ya sea impostado o genético, de las generaciones anteriores. Sin embargo, si acabamos recolectando dicho conocimiento en la red, digitalizando nuestra herencia cultural, es decir, lo que nos hace flamantes poseedores de la hegemonía en la Tierra… ¿por qué no considerar un cuerpo robótico con dicho conocimiento como tal? ¿Qué es, en esencia, lo que nos convierte en dueños de dicho prestigio? La ciencia avanza y ya ni siquiera podemos contar con un cuerpo enteramente orgánico que avale nuestra procedencia, tentados por una utopía cada vez más realizable de reemplazos tecnológicos que vengan a paliar la fragilidad del cuerpo humano.
Así que… ¿qué acaba diferenciando el hombre de la máquina? ¿La empatía, quizás? ¿El amor? ¿O dichos sentimientos pueden surgir de la concatenación del saber acumulado y de la experiencia posterior?
¿Qué acaba diferenciando el hombre de la máquina?
Kusanagi se hace muchas preguntas y nosotros nos hacemos otras tantas; todo ello planteado en una hora y media escasa de anime, tiempo más que suficiente para poder ver con claridad de dónde las hermanas Wachowski sacaron buena parte del imaginario que nutriría Matrix, cuyo éxito, en buena parte, se debe a las ideas originalmente volcadas en Ghost in the Shell.
Ya durante los créditos finales, la persona con la que vi la película me señaló lo mucho que asustaba la dirección emprendida por nuestro mundo actual, con destino directo a algo que no distaría demasiado de lo que acabábamos de ver. Pensé en Orwell, pensé en otros visionarios del cine y de la literatura que nos habían ido avisando con antelación. El hilo del pensamiento se cortó en seco con la visión de mi smartphone vibrando con insistencia, sin duda reclamando el protagonismo de alguna de las diversas redes donde, una parte o muchas de mí, viven su propia vida.
El futuro ya está aquí.