Cine y danza – la expresión más allá del cuerpo

La bailarina

Por pura casualidad, he visto recientemente dos filmes relacionados con el mundo de la danza. El primero fue Dancer, un documental sobre el bailarín ucraniano Sergei Polunin, sobre el que me extiendo más aquí; el segundo fue La bailarina, un biopic bastante libre sobre la vida de Loïe Fuller. La cuestión es que ahora sólo tengo ganas de que más películas similares caigan en mis manos. Y es que hay algo en las películas sobre música, especialmente sobre la danza, que logra llenarte de pasión e intensidad, como si los bailarines estuvieran más cerca que el resto de una visión (y experiencia) de la vida más plena.

Es difícil centrarse en la sensación que te provoca una película cuando el grueso de la crítica se centra en una clamorosa falta de fidelidad. Me pasa con La bailarina, una película que me dejó una impresión muy positiva a pesar de la controversia que la rodea. La mayor parte de las críticas proceden de Francia, país donde Fuller gozó de mayor éxito y pudo desarrollar su arte tras abandonar los EE.UU. A pesar de que Fuller no es uno de los personajes más conocidos en la cultura popular, no hace falta indagar demasiado para conocer ciertos aspectos de la considerada «precursora de la danza moderna».

La bailarina quizá no sea fiel a la vida de Fuller pero sí a lo que la danza significó para ella

Uno de los aspectos que la cinta evade fue su abierta homosexualidad, que la ligó sentimentalmente a Gabrielle Bloch durante gran parte de su vida. La directora de la película, Stéphanie di Giusto, ha optado por hacer virar la narración hacia una suerte de bisexualidad, introduciendo hechos totalmente ficticios. Por un lado, la relación inventada con Louis Dorsay y, por el otro, la admiración extasiada por Isadora Duncan, sin que quede muy explícito el sentimiento amoroso. Todo esto ha despertado la indignación de la audiencia, más en un momento en que la necesidad de visibilizar al colectivo LGTB+ va tomando la importancia que merece.

Precisamente fueron las declaraciones volcadas por la directora lo que más enfureció a la audiencia:

Me tomé la libertad de inventar el personaje de Louis Dorsay, interpretado por Gaspar Ulliel. Necesitaba una presencia masculina en el film, el cual estaba, por otra parte, plagado de mujeres. Loïe Fuller fue homosexual y era importante para mí no convertirlo en el tema central de la película.

Dejando a un lado lo triste que me resulta que una directora precise de una presencia masculina para que su película funcione, es necesario precisar algo sobre el trabajo de Di Giusto. Y es que no deja de ser injusto tildar a la directora de poco interesada en la biografía de Fuller, puesto que invirtió seis años en investigar sobre su figura para trasladarla a la gran pantalla.

Una recreación llena de alma

En este caso, la controversia «no deja ver el bosque» y es una pena que la interpretación de Soko haya pasado tan desapercibida. La artista brinda una actuación sumamente efectiva a la hora de mostrar el sufrimiento y la tenacidad de Fuller. Si algo queda claro viendo la película es que el verdadero amor de Loïe Fuller fue la danza, así como el entorno creativo que desplegó en torno a ella. Su trabajo dio fruto a nuevas formas de expresión que proporcionarían alas a este arte .

Cuando un personaje de un film me fascina, no puedo evitar querer saber más sobre él. Me pasó con Fuller y también con Isadora Duncan, interpretada muy acertadamente por Lily-Rose Depp. Delicadeza y descaro son una combinación ciertamente explosiva, todo ello sumado a unos movimientos de danza hipnóticos cuanto menos. De ahí que descubrir el trágico final de su personaje resultó casi más impactante que conocer el de Fuller. Algo similar me sucedió con la historia de Sergei Polunin, aunque por suerte la deriva final no es tan trágica como la de Fuller y Duncan.

«Existe algo mágico al observar a alguien abandonarse a un arte»

Polunin es un artista dividido entre su devoción por el baile y las ataduras que conlleva transistar en este mundo sumamente demandante. Al menos es así es como le presentan en el documental Dancer dirigido por Steven Cantor. El comportamiento del considerado «enfant terrible de la danza» ha sido calificado como un conjunto de arrebatos producto de la inmadurez. Sin embargo, y aquí viene el punto interesante -la persona-artista– ¿tan difícil es comprender su desgarro existencial?

No es nuevo que incluso disponiendo de las herramientas necesarias para ser felices a menudo fracasamos miserablemente. Sentimos que hay piezas que no encajan, nos cuesta retener la felicidad una vez la alcanzamos. En el caso de Polunin, es imposible verle bailar y no pensar que ha nacido para bailar. Su arte emana de su ser, logrando una perfección llena de aristas que resulta fascinante. «Sencillamente» lo logra viviendo cada uno de los pasos que da al son de la música, y nosotros, como espectadores, contemplamos extasiados su danza.

La magia de contemplar a una persona abandonarse a un arte va más allá de lo estético. Y eso es algo que, cuando el cine lo hace bien, da lugar a piezas repletas de sentimiento. Un ejemplo clásico sería Billy Elliot, ese niño galés nacido en el seno de una familia obrera cuya pasión es bailar. O la maestra Cisne negro, donde una mujer sufre lo indefinible por su afán de ser perfecta ejecutando sus bailes.

La representación de un sentimiento

Hay muchas otras película con la danza y el baile como temas centrales. Sin embargo, no son tantas las que lo abordan de una forma espiritual o sensible, sino que normalmente la tendencia es mucho más lúdica- De hecho, muchas de ellas constituyen guilty pleasures (algunos tan conocidos como Dirty Dancing) donde la pasión y el esfuerzo quedan diluidos por otros conceptos mucho más frívolos. Aun así, aspectos como el sacrificio y la lucha por los sueños emergen una y otra vez. Ya sea con los calentadores de Flashdance o con la rebelión naif de Footloose; ya sea con el baile como terapia en El lado bueno de las cosas o adentrándonos academias macabras en Suspiria. La danza siempre constituye un lenguaje aparte capaz de hablar por sí solo.

Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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