La semana que decidí hacerme freelance
Podría haber titulado este post propio de un domingo perezoso «El día que decidí hacerme freelance», pero para qué vamos a mentir: a pesar de que la idea se coló en mis pensamientos como esa piedra en el zapato de la que no puedes deshacerte, tomar la decisión final tomó tiempo. Y dudas, muchas dudas. Porque no es fácil tomar una decisión como ésta a pesar de que, una vez tomada se antoja como la única vía posible, al menos de momento.
A mediados de enero de este año me encontré en una situación por la que ya había pasado años atrás, aunque las circunstancias eran diferentes. Sin trabajo, pero ya viviendo por mi cuenta, con responsabilidades -ya sabéis, esa montaña de facturas que toca enfrentar una vez abandonas el nido-. Con la tranquilidad de contar con un amplio periodo de paro pero también con esa inquietud plagada de preguntas en mitad de la incertidumbre. ¿Cuál será mi próximo empleo? Y sobre todo, ¿cuánto tardaré en encontrarlo?
Esta vez decidí que no dejaría que el estrés por desocupación me sobrepasase; créedme si os digo que salir de la universidad en plena crisis económica te da galones para enfrentarte al vacío de una jornada en blanco por delante. Siempre, en mayor o menor medida, he conseguido ocuparme, irme «metiendo en líos» como yo digo, todo con tal de no desaprovechar un tiempo que puede considerarse un desperdicio o una oportunidad, según cómo se mire.
Dos meses más tarde había conseguido embarcarme en una cantidad ingente de tareas, proyectos y cursillos, pero el fantasma del empleo se iba a haciendo más y más corpóreo; conciliar el sueño, cada vez más difícil, extinguir esa vocecilla de alarma, una misión abocada al fracaso. Los que habéis pasado por esto alguna vez, lo comprenderéis perfectamente: la rutina que empieza de buena mañana, primero LinkedIn, luego Infojobs, un tour circular por las redes sociales y vuelta a comenzar. No se me había pasado por la cabeza que tenía experiencia y material suficiente como para emprender una aventura laboral totalmente diferente a la que dar, al menos, un voto de confianza.
Las dos últimas semanas de marzo las pasé agobiándome a mí misma y a mi círculo más cercano, expresando primero con timidez y luego con abierto entusiasmo, la posibilidad de lanzarme a ser freelance. Las reacciones fueron alentadoras y razonables pero al final, obviamente, quién debía tomar la decisión y sentirse lo suficientemente segura como para dar el paso, era yo misma. Aunque como decía al inicio del texto, una vez la idea germinó en mi cabeza, me fue casi imposible desecharla.
La semana que viene, si todo sale bien, empezaré oficialmente a trabajar en mi propia empresa. Los cursos sobre cómo facturar, cuáles serán mis nuevas obligaciones como autónoma y los preparativos previos han sido agotadores, pero en absoluto descorazonadores. Si bien no puedo contar con el pleno convencimiento de que esto saldrá bien, sí que dispongo con unas ganas tremendas de trabajar y de poner toda la carne en el asador, con una determinación como hacía mucho que no sentía.
Así que me presento formalmente: me llamo Noemí Escribano y soy comunicadora freelance. Lista para escribir, asesorar, fotografiar y tomar la oportunidad que merezco, haciendo de esa buena sensación que me acompañó al iniciar 2019 una realidad. Y a pesar de que siempre me han aterrorizado los cambios, he decido abrazar éste con todas mis fuerzas. No intentarlo sería, como mínimo, la peor de las derrotas.
7 de abril de 2019