Contradicciones

Blog Noemí Escribano

A un par de días de entrar en julio de 2020, el rumor interno es variable y altamente contradictorio. No creo que deba justificar la sensación presente teniendo en cuenta la racha de los últimos meses. Lo que prometía ser el reinicio moderno de los “felices años 20” se ha convertido en el rey de los “plot twists”. Hemos acuñado memes y una complicidad global que, sin saber cuánto permanecerá entre nosotros -el tiempo lo dirá-, nos provoca la media sonrisa típica estandarte del “a toro pasado”. Y sí, tras haber popularizado la expresión “ser más inútil que una agenda de 2020”, quizás toca realizar un breve autoanálisis de daños y perjuicios. 

No le descubro absolutamente nada a nadie mencionando la gran cantidad de expectativas que este año se ha encargado de barrer con meticulosa diligencia. Para muchas y muchos, sin embargo, el peaje ha sido muchísimo más caro. Particularmente, mis pataletas por ver boicoteados los grandes planes de los últimos meses han quedado teñidas por el rubor de la toma de consciencia. Al fin y al cabo, sé que he sido afortunada. Mis amigos y mis familiares no se han visto afectados, mientras que muchas familias han sufrido el dolor de perder a alguno de sus miembros.

Algo similar sucede con mis tribulaciones sobre el revés que el coronavirus ha asestado a mi trayectoria como freelance. Todo ello palidece ante las cifras de personas que se han ido al paro, también lo sé. Ni tampoco dejo de ser consciente de lo que hubieran dado muchas personas por quedarse en casa encerrados en vez de tener que trabajar a diario en primera línea. 

La nueva normalidad trae consigo sensaciones, como decía, bastante extrañas. Por un lado, me veo saboreando como nunca cada pequeño encuentro. Por el otro, ahí sigue la remanente del miedo, la necesaria voz de alerta que susurra con cierto enfado que esto ha acabado y que no sabemos qué va a pasar. La noche de San Juan fue una mezcla de todo ello: la celebramos con intensidad, con el petardeo de las risas que se habían quedado almacenadas durante meses. Mi cámara de fotos, algo aletargada, lleva días sin parar. No sé vosotros, pero yo me veo acumando momentos casi con gula, atenta a la posibilidad de que esta luz verde cambie de color en cualquier momento.

Este fin de semana nos escapamos a la playa y, viendo la inmensidad del mar, me vi inmersa en una metáfora poco sutil de la mella que había hecho el encierro de los últimos meses. Desconocía lo que podía llegar a echar de menos caminar por el paseo marítimo, sin más pero tampoco sin menos. Preparar el día y echar los bártulos al maletero del coche, forcejeando para encajar el -claro- exceso de equipaje. Aparecen los refunfuños porque no hay sitio ni para la pelota de playa ni para la raclette para la barbacoa. Me río una vez, repito al darme cuenta de que el trípode de la cámara sigue colocado con cierto optimismo en la bandeja superior. Lo dejamos ahí, a pesar de que sabemos que muy probablemente no llegará a salir del vehículo en toda la escapada.

Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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