Ella
El punto de inflexión fueron sus ojos. Su clara expresividad contrastaba con el resto de su rostro, pálido y sin mácula, como recién cincelado. Los labios, entreabiertos, apenas dejaban entrever parte de la dentadura. Las cejas, perfectamente delineadas, enmarcaban sin asombro, pena o alegría el único rasgo que parecía albergar vida dentro de ese cuerpo.
Aquella noche había estado deambulando sin rumbo por los callejones de la ciudad, escondiéndome del frío entre las sombras, arrebujado en un parco abrigo sintético de mala calidad. El cómo había llegado a aquella situación ya no tiene importancia, aunque en aquel momento el mundo entero parecía sumido en una vorágine que daba vueltas en mi cabeza como una mala obsesión. Por esa razón, cuando torcí la esquina y casi me di de bruces con aquella figura casi etérea, el impacto fue tal que perdí la noción del tiempo. Era la primera de su clase que veía a solas.
*****
ELLA -la definí así por pura intuición o mero interés, pues no había rasgo alguno que determinara su género- había permanecido en silencio des del momento en que había tomado su mano y la había guiado hasta mi casa. No había presentado resistencia y aún recuerdo el rubor que se extendió por mi rostro cuando encendí la desangelada bombilla del techo, revelando la pobre habitación en la que nos encontrábamos.
Sus ojos mostraron interés -no desagrado- y diseccionaron cada rincón del cuartucho, aunque en realidad no hubiera mucho que ver: un camastro donde las mantas se amontonaban miserablemente, una mesita y una silla que no combinaban entre ellas, una maleta cubierta de polvo que claramente no había viajado en mucho tiempo y un armario desvencijado que ocupaba por completo una de las paredes. ELLA paseaba la mirada por la habitación y yo la miraba a ELLA, sin estar muy seguro del siguiente paso a dar.
Desde la única ventana de la habitación se colaba el juego de sombras de los transeúntes en movimiento. Estaba cerrada, pero eso no impedía que los sonidos del exterior se colaran dentro, una mezcla distorsionada en la que el barullo exaltado de la gente y las primeras melodías de los bares cercanos ponían banda sonora al ambiente nocturno. Entre las luces de neón y las copas rebosantes casi se lograban enmascarar las ansiedades que asolarían con fuerza las primeras horas de la mañana.
Nuestra ciudad era una de tantas sofocada por las deudas, los excesos y las carencias, y sus ciudadanos conformábamos una masa cada vez más dispersa, fragmentada en múltiples pantallas y dispositivos; aquella felicidad nocturna se asemejaba a las sobras del gran festín que, suponemos, nos precedió y, algo inoportunamente, se convirtió en una especie de utópico pasado del que sólo quedan algunos trazos esbozados por las viejas generaciones, resilientes al paso del tiempo.
ELLA paró de observar la habitación y centró su atención en mí. Le sostuve la mirada mientras sentía que el peso de mi determinación empezaba a flaquear. ¿Sus ojos pertenecían a alguien a quien yo hubiera conocido? Cada vez me costaba más evocar los rostros de aquellos cuyo nombre, cada vez con menos frecuencia, acudían a mi memoria. Simplemente se habían esfumado y su recuerdo había cedido ante la abarrotada ciudad, insensible a la nostalgia. La oferta de una vida al margen de preocupaciones mundanas como el sustento o el pago de las facturas había sido irresistible para muchos, pero las miradas de aquellos siervos de las clases acaudaladas que había aceptado el trasvase y con los que había cruzado mi mirada no parecían reflejar alivio alguno. Sus nuevos cuerpos, creados con tecnología punta, se habían convertido en celdas de las que resultaba imposible escapar; al menos, por sus propios medios.
Me acerqué a ELLA y toqué su cara levemente, con las yemas de los dedos, mientras un torrente de interrogantes amenazó con romper el silencio. Sabía que no podía responderme con sinceridad a la pregunta que quería formularle, a pesar que la respuesta más habitual era la que todos conocíamos y para la que algunos de nosotros encontrábamos el valor para enfrentarnos.
Los ojos de ELLA emitieron un ligero brillo, e incluso en la oscuridad de la habitación, interrumpida por las intermitentes luces de fuera, comprendí. Pensé en mi hermana, una de las pocas personas que aún era capaz de recordar, y supliqué mentalmente, como tantas otras veces, que tuviera la suerte de toparse con alguien como yo, que la obsequiara con el único regalo que éramos capaces de dar. No pude evitar que una lágrima, camuflada entre las sombras, surcara mi mejilla cuando rebusqué tras su lóbulo izquierdo la pequeña ranura donde se encontraba el botón de desconexión. Justo en el momento en que apreté el botón, su mirada se volvió algo más intensa; antes de que sus ojos se vaciaran de humanidad tuve la certeza que me había dado las gracias de la única manera que era capaz de hacerlo.
Bien te he de reconocer Noemí, que cada palabra dibujada en este relato, ha golpeado tan profundo y elegantemente cómo pretendías al escribirlo. Es una pequeña obra de arte. Nuestras más sinceras felicidades, has dejado el listón muy alto. Estaremos expectantes para volver a vibrar con tus relatos.
Muchas gracias por regalarnos un soplo de humanidad en ELLA.
😮 vaya, muchísimas gracias por el comentario, de verdad. No sabes la ilusión que hace leer un comentario como éste, sólo eso ya vale como premio el haberlo escrito. ¡
Un abrazo grande!
Es magnífico! Creo que es la primera vez que leo algo de ficción de tu mano y la verdad es que me ha gustado mucho. Ahora me da menos rabia que no hayan seleccionado el mío sabiendo que el tuyo, con lo bueno que es, tampoco ha pasado la criba. Sigue así!
¡Muchísimas gracias Aqueloutrado! Últimamente me está volviendo el gusanillo de escribir pero estoy bastante insegura al respecto, así que comentarios como éste me dan muchos ánimos. Lástima que ninguno de los dos hayamos sido seleccionados, a ver si la próxima vez hay más suerte ^^