Altered carbon – este cuerpo ya no es el mío
La tendencia del audiovisual por mostrarnos una y otra vez el inquietante futuro al cual estamos abocados constituye una constante (fascinante, aunque bastante deprimente, todo hay que decirlo). Dejando de lado los múltiples ejemplos que han ido copando el terreno cinematográfico sobre distopías de toque steampunk, cyberpunk y otras estéticas, el mundo de las series no se ha quedado atrás. La muestra más clara de ello, al menos en los últimos tiempos, sería Black Mirror, obra especializada en provocar ese eco de malestar que permanece en el espectador una vez finaliza cada episodio -a pesar de su dirección cambiante, entre el happy ending y lo ligeramente tecnofóbico-. La plataforma Netflix prácticamente ha empezado el año ofreciéndonos un nuevo plato en el menú distópico, nada alentador para la sociedad pero sumamente eficaz para el espectador con ganas de ver material de calidad. Estamos hablando de Altered Carbon.
Altered Carbon nos sitúa en un entorno que rápidamente podríamos vincular con obras como Blade Runner o Ghost in the Shell; ciudades que funcionan como entes que parecen tragarse las vidas de sus ciudadanos sin compasión alguna. Los transeúntes vagan de un lado a otro, amparados por el peso de los anuncios que prometen la felicidad eterna y que tan sólo ahondan en la desgracia y la insatisfacción de sus vidas diarias. Es, precisamente, Blade Runner, la que a primera vista emerge como la mayor fuente de inspiración para esta adaptación, creación de Laeta Kalogridis (guionista, entre otras, de Shutter Island), sobre todo por ese tono noir que impregna el contexto más scify. También en este caso tenemos a un protagonista, Takeshi Kovacs (Joel Kinnaman/Will Yun Lee), un hombre cínico con mucha vida a sus espaldas antes de verse inmerso en un caso de asesinato para el que debe hallar respuestas.
Similitudes aparte, es imposible negar la riqueza del imaginario que envuelve esta serie de ficción, que en su primera temporada (desconozco si continuará en el futuro) hace uso de un gran despliegue de personajes inmersos en una realidad donde los límites entre la vida y la muerte parecen haberse difuminado hasta la extinción. La serie está basada en la novela de Richard Morgan (a la que tengo muchas ganas de hincar el diente visto lo visto) y nos coloca en un mundo en el que los hombre y las mujeres pueden esquivar la muerte conteniendo su consciencia y recuerdos en unas pilas y transfiriéndolas a diferentes cuerpos (fundas) una vez estos dejan de ser funcionales. Como siempre, la fortuna favorece a los ricos y poderosos; no todas las personas pueden acceder a esta costosa tecnología y la escala de poder provoca abismos insalvables… al menos en teoría.
Son muchas las virtudes que se pueden señalar de Altered Carbon; en primer lugar, un fastuoso diseño de producción capaz de crear toda una realidad cyberpunk de forma verosímil, tanto que es imposible no pensar en las posibilidades del ser humano en el futuro y en lo que podemos llegar a convertirnos. El trasfondo filosófico es ineludible: ¿cómo la religión puede conciliar una vida en la que ya no se muere? ¿O en la que los muertos pueden testificar contra sus propios asesinos? Ésta es sólo una de las capas que trata la serie, cuyo desarrollo no sólo juega en el presente sino que se nutre de diversos flashbacks (algunos de ellos, por su extensión, incluso a cuenta de lastrar en cierta manera el ritmo de los acontecimientos) pero que sirven con efectividad a una trama que opta por no quedarse en una buena idea, sino por explorar diversas líneas argumentales y motivacionales que construyen con eficacia el prisma de una sociedad, en cuyo centro siempre encontramos a Kovacs y a su grupo de carismáticos amigos y antagonistas.
Sin duda ese es otro de los puntos fuertes de Altered Carbon; la construcción de personajes bien armados que evolucionan y que permiten que la trama vaya ganando en interés a medida que se suceden los capítulos. Kovacs tendrá la ayuda de la teniente Ortega (Martha Higareda) y se irá topando con diferentes personajes que sostienen una narración que, afortunadamente, va mucho más allá de la resolución del asesinato del millonario Laurens Bancroft (James Purefoy); sólo como ejemplo destacar al propietario del hotel «El cuervo», Poe (Chris Conner, con una caracterización que es imposible desvincular del escritor Edgar Allan Poe) o la presencia constante de Quell (Renée Elise Goldsberry). Y de otros personajes que es mejor no desvelar…
La sensación tras verla es (y espero equivocarme) que Altered Carbon será para 2018 de lo mejorcito que veremos en cuanto a series de ficción; puede que ésta no haya atrapado a todos por igual, pero en mi caso ha funcionado de forma similar a la primera temporada de True Detective: a medida que se iban sucediendo los capítulos el interés iba in crescendo, hasta el punto que, de haber tenido más tiempo, no habría dudado en verla en modo maratón. No creo que la serie sea perfecta: todo lo referente al caso Bancroft y su juego de resolución casi al estilo Cluedo lastra un poco una trama cuyo interés va en otras direcciones mucho más interesantes. Ahí sigue la fascinación por este nuevo modelo de realidad donde los cuerpos se convierten en meros accesorios para algunos, donde las fronteras de géneros se desdibujan y donde la decadencia del mundo alcanza nuevas cotas demasiado realistas.
Si bien este mundo futurista ha acongojado un poco mi corazón respecto a lo que nos espera en el futuro, Kovacs y su mochila de «Hello Unicorn» me han conquistado como hacía tiempo que una serie no lo hacía. Entre esto y La Peste ya puedo decir que, aunque la cosecha de 2018 se estanque, este año ya ha merecido la pena en cuanto a ficción televisiva.
Ficha Altered Carbon Filmaffinity
Trailer Altered Carbon