Roma en 4 días – Musei Vaticani y Trastévere
Para nuestra tercera jornada en Roma escogimos ropas algo más “recatadas”: unos pantalones de algodón holgados y una camiseta de manga corta fueron las prendas que escogí para no tener problemas durante la visita al Vaticano (Musei Vaticani y Basílica). Existe un código a la hora de vestir: nada de faldas o pantalones por encima de la rodilla, ni tampoco camisetas de tirantes o escotadas para las mujeres. En el caso de los hombres, el código es algo más laxo, pero mi pareja prefirió llevar vaqueros largos para evitar problemas.
Musei Vaticani
La parada de metro más próxima a los Musei Vaticani es Ottaviano, situada al otro lado del río. Desde allí, hay que caminar unos diez minutos sorteando a todo tipo de guías que os ofrecerán “evolucionar” vuestras entradas de acceso a los museos para después no tener que hacer colas en la Basílica de San Pedro. A nosotros, esta avalancha de propuestas y los precios “de regateo” nos puso en alerta (tampoco ayudó que los locales nos hicieran señas para que no aceptáramos) y decidimos rechazar todos estos supuestos tours. Con nuestros vouchers comprados previamente en la web oficial (21€ cada uno) accedimos sin hacer cola a los museos. Allí intercambiamos los vouchers por los tickets de entrada y adquirimos nuestras audioguías (8€ cada una).
Si bien el plato fuerte de los Musei Vaticani es la admirada Capilla Sixtina de Miguel Ángel, lo cierto es que la totalidad del lugar no tiene desperdicio alguno. El lugar constituye un recorrido increíble a través de diversas obras de arte (hay muchísimas esculturas), algunas de ellas famosísimas como Laocoonte y sus hijos y otras maravillas como la Stanze di Raffaello (las estancias de Rafael) o la Galleria delle carte geografiche (Galería de los Mapas). Aunque tengáis ganas de ver la Capilla Sixtina es mejor tratar de realizar el recorrido completo para evitar tener que volver atrás… como nos pasó a nosotros (que terminamos viendo el museo dos veces).
La Capilla Sixtina y su famosísimo fresco con El Juicio Final de Miguel Ángel está llena de guardias del museo que demandan a gritos silencio y recuerdan a los visitantes que está prohibido realizar fotos… prohibición que todo el mundo se salta con facilidad. Para muestra, un botón:
Decidimos descansar un rato en la cafetería del museo y después salimos dispuestos a entrar en la Basílica de San Pedro, cosa que finalmente no hicimos por dos razones: era mediodía (el museo requiere de dos a tres horas para recorrerlo con calma) y hacía muchísimo calor y la cola era realmente descorazonadora. Sin duda alguna, ésta es otra de nuestras grandes deudas pendientes con Roma y el Vaticano.
Una vez desechada la idea de entrar en la Basílica, compramos un par de Beck’s de medio litro (no hicimos demasiada justicia a la birra italiana) y nos dimos el gustazo de refrescarnos durante nuestro recorrido por la arteria principal que conecta el Vaticano del Castillo Sant’Angelo. Obviamos visitar el interior del castillo y finalmente nos fuimos a comer a una trattoria donde nos sablearon a base de bien por una pizza y unos espaguetis (buenísimos, eso sí). Después, nos dispusimos a volver al hotel para descansar un poco antes de la travesía de la tarde.
Isola Tiberina
Tomamos el metro hasta Circo Máximo para ver la gran explanada donde se celebraban las carreras de cuadrigas. Apenas queda nada y actualmente se utiliza como terreno para eventos.
Después, quisimos ver la famosa Boca della Verità (y asustarnos como Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma), pero la iglesia donde se encuentra cerraba a las 17:30 (Santa Maria in Cosmedin).
Así pues, nos dispusimos a visitar la Isola Tiberina, una pequeñísima fracción de terreno que cada “aislado” en medio del río, cuyo puente atravesamos un par de veces para volver a situarnos en la ribera de Trastévere.
Trastévere
¡Ay, Trastévere! Hasta el momento, Roma estaba siendo justo lo que esperaba (el Coliseo, el Vaticano) pero también había supuesto un choque que buena parte del encanto de la ciudad recayera en la decadencia de los edificios y de las calles, más allá de los elementos históricos. Por eso, el barrio de Trastévere, con sus callecitas empedradas y sus encantadores locales, fue recibido con los brazos más que abiertos.
El barrio está repleto de restaurantes y locales preciosos, más en la línea del imaginario italiano que un turista espera hallar en Roma (qué malas son las idealizaciones). Lo mejor de esta zona, que recomiendo visitar al atardecer, es perderse por sus calles. Si las cuestas no te intimidan, merece la pena subir a Gianicolo, otro de los montes de Roma desde donde se puede otear otra vista de la ciudad… En el trayecto quemarás buena parte de la pasta y la pizza que hayas consumido durante el viaje, garantizado.
Tras la subida decidimos «recargar calorías» en una coqueta trattoria del barrio (las hay económicas); allí probé la lasaña más deliciosa que he comido en toda mi vida.
Ribera del Tíber
Finalmente, terminamos la velada paseando por la ribera del río en dirección Campo di Fiori; la zona estaba llena de locales y puestos a pie de río, en los que es posible cenar con vistas al Tíber. Allí pude salvar un poco mi decepción por no haber visto la Boca della Verità haciendo que una reproducción falsa me leyera el futuro.
Tras tomar uno de los puentes callejeamos hasta llegar, por fin, a Vía Cavour. El día se saldó con unos buenos 27 kilómetros andados; caímos totalmente rendidos en la cama del hotel sin apenas pensar en que al día siguiente viviríamos nuestra última jornada del viaje en Roma. Tras los musei Vaticani nos tocaba visitar otra galería de arte: para saber más, tendréis que leer el siguiente post :).