‘Langosta’ – vivimos solos, morimos solos
Tras ver Langosta de Yorgos Lanthimos he tenido una sensación similar a lo sentí tras ver Canino, otra de sus películas. Me fascina la forma que tiene este realizador de presentar el mundo; esa extraña -y a la vez tan lógica- mezcla entre lo crudo y lo pueril que funciona como marco de situaciones que te sacan de la realidad pero que, al mismo tiempo, funcionan como excelentes metáforas de la sociedad actual. Algo parecido a lo que sentiría años más tarde al ver La Favorita.
En Langosta, el efecto es más acusado si cabe, quizás porque el escenario ya no se reduce a una familia, sino al conjunto de la humanidad, o al menos es lo que el director nos permite intuir en este filme. Un hombre (Colin Farrell), tras ser abandonado por su mujer, ingresa en un hotel donde tendrá 45 días para encontrar pareja; si falla en su propósito, acabará convertido en un animal a su elección.
Langosta, una sociedad animal
El planteamiento es, sin duda, atrayente; todavía lo es más comprobar cómo los hechos se suceden sin que exista un mayor extrañamiento que el del propio espectador. Asistimos, a veces atónitos, a un modelo de sociedad que se nos antoja totalmente irreal. Aunque, precisamente, la gracia de Langosta es encontrar los puntos de encuentro con nosotros mismos, y no al revés.
He observado que uno de los mayores “lastres” de los que se acusa al filme de Lanthimos es su excesivo metraje y el tramo referente al bosque. Si bien esta parte es igual de desconcertante, resulta algo menos impactante debido a que las reglas del juego ya están sobre la mesa. A mí, Langosta no se me hizo larga, tan absorbida como estaba por los acontecimientos y por el devenir de esos personajes, obligados a estar en compañía y permanentemente solos. Precisamente, es el contraste entre el bosque y el hotel donde encuentro el mayor valor de la película.
Una distopía muy auténtica
Pongamos un ejemplo: Twitter. Alguien da su opinión, de forma educada, sobre algún tema. No tiene ni que ser polémico, eso no importa; el hecho es que esta persona tiene muchas papeletas, si su tweet se mueve lo suficiente, de recibir un aluvión de respuestas, muchas de ellas obviando por completo la educación, sino estableciendo su -irrefutable- verdad. Twitter es el reflejo más claro de lo pérfida que puede llegar a ser la sociedad, donde lo importante no es defender tu visión de los hechos sino imponerla. Muchas ideas, por mucho que pudieran ser defendibles de inicio, terminan siendo deformadas y convirtiéndose en algo que te resulta ajeno.
En Langosta, el problema no sólo existe en el hotel, sino también en el bosque. El problema no sólo es que se imponga un modelo de sociedad basada en vivir en pareja, sino que la alternativa sea obligar a vivir en soledad. No existe diferencia entre la directora del hotel y la líder del bosque: ambas imponen sus ideales de coexistencia y castigan con violencia a quienes se rebelan.
Eso por una parte; por otra, la interesante disección que se realiza sobre un modelo basado en la vida familiar. Puede que en nuestra sociedad no suframos un castigo de las mismas dimensiones que en el filme, pero sí existe un molde bajo el cual vivir nuestras vidas que impera y se impone sin disimulo. Antes era mucho más acusado; hace algunos años, no casarte y no tener hijos constituía un hecho del que casi avergonzarse. Escoger la vía alternativa convertía a los hombres en fracasados y a las mujeres en solteronas amargadas de cara a buena parte de la sociedad. Y es triste pensar que, aunque por suerte las cosas hayan cambiado, las personas aún deban justificar cómo deciden vivir su vida.
Conectando con la realidad
Langosta es un espejo, deformado, pero un espejo al fin y al cabo. Existen presiones de todo tipo; sobre la edad en que se debe haber practicado el sexo, sobre los límites que marcan la promiscuidad (sobre todo, si eres mujer), sobre los estereotipos (tanto masculinos como femeninos), sobre las vidas que deberíamos llevar, sobre esa relación que sostienes por «el que dirán», sobre esos hijos que no llegan… Seguimos, en muchos casos, aferrados a la sombra del “¿todavía no…?” y bajo el yugo de algunas decisiones que tomamos demasiado libremente para los estándares de muchos sectores de la sociedad. Y por esa razón, en muchas ocasiones, la idea de pareja se ha desvirtuado: personas que no sienten nada las unas por las otras se obligan a una convivencia dolorosa (¡pero más doloroso sería tener que vivir en soledad!) mientras otras se juntan por puro costumbrismo y otras ya ni recuerdan qué les pudo unir.
Seamos realistas; vivimos en la era con más medios de comunicación de la historia y a un así nos sentimos más solos que antes. Puede que, a diferencia que en Langosta, no nos convirtamos en animales cuando creemos que fracasamos en nuestras relaciones sociales o amorosas, pero cada vez nos parecemos más a esos dispositivos a los que nos conectamos una y otra vez para simular que estamos en sintonía con el modelo de vida existente.
Ficha de Langosta Filmaffinity
Trailer de Langosta