‘El cuento de la princesa Kaguya’ – una vida en trazos

El cuento de la princesa Kaguya

Que el cine puede ser un arte -más allá de la artesanía implícita que supone la elaboración de un film- no es algo nuevo. Viendo películas tan sumamente artísticas como la reciente Loving Vincent es fácil darse cuenta de las dimensiones que puede adquirir una obra que quiere ir un paso más allá en cuanto a la filigrana visual. Y eso algo que, en El cuento de la princesa Kaguya, queda latente desde el mismo principio.

La melancolía de Isao Takahata

Una pareja de ancianos vive en las cercanías de un bosque de bambú. Cuando el marido halla en uno de los troncos a una diminuta princesa, ambos deciden quedársela para criarla. La joven toma la apariencia de un bebé y, a pesar de que crece de forma inexplicablemente rápida, es feliz viviendo en un entorno natural con su familia adoptiva. Pero un día, el anciano decide que la joven debe vivir como un princesa, y la familia se muda a la ciudad para que complete su educación como dama casadera.

El cuento de la princesa Kaguya

La última película del ya difunto Isao Takahata es un apuesta arriesgada. No solamente porque esta obra del Studio Ghibli toma como base uno de los cuentos más antiguos de Japón –El cortador de bambú-, adaptado en múltiples ocasiones- sino por el tono de la película. Y es que El cuento de la princesa Kaguya elude tanto al público más infantil como al deseoso de obras menos sibaritas en lo que a contenido y continente se refiere.

Recordemos que Takahata fue el artífice de La tumba de las luciérnagas, una de las películas más mencionadas cuando toca hacer memoria sobre los filmes que lograron destrozar el ánimo. En este caso, El cuento de la princesa Kaguya es una obra tan preciosista como triste y melancólica, donde el drama es más sutil que en la ya citada La tumba… pero inevitable. La cinta, con su estilo de animación particular e hipnótico, trata con elegancia temas como la privación de la libertad o las posibles vidas que uno puede recorrer para ser feliz.

La muchacha que quería ser libre

Sin entrar en detalles sobre el desarrollo de la historia, El cuento de la princesa Kaguya es una historia donde el drama cae en picado sobre la felicidad cotidiana, de forma leve pero implacable. Poco a poco, asistimos a la tristeza in crescendo de una joven que, pese a tener riquezas y pretendientes,  no puede ser más feliz de lo que ya era en compañía de sus amigos, su familia y la naturaleza.

El cuento de la princesa Kaguya

La animación parece estar realizada a base de acuarelas, con trazos que se desdibujan o se acentúan en función de las emociones de la propia princesa Kaguya. Resulta realmente espectacular la escena de la huida, una proeza a la hora de plasmar las emociones mediante un estilo de animación brutal, onírico y colorista, que termina difuminándose en una carrera desbocada.

De El cuento de la princesa Kaguya también enamora la belleza cotidiana de las situaciones mostradas al inicio de la cinta. Desde una madre dando de amamantar a su hija hasta las imágenes de un bebé aprendiendo a dar los primeros pasos en la vida. La evolución de Kaguya en una joven hermosa se realiza sin olvidar una personalidad viva, curiosa e inteligente, provista de una alegría que poco a poca se apaga en la melancolía de su encierro. El film es bello desde su inicio hasta su mismísimo desenlace, constituyendo una obra que cualquier amante de la animación no debería, en ningún caso, perderse.

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Ficha El cuento de la princesa Kaguya Filmaffinity

Trailer El cuento de la princesa Kaguya

Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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