Mientras agonizo – William Faulkner
Existen novelas de extensión muy corta de las que uno puede pasarse horas hablando; el ejemplo clásico sería La metamorfosis de Kafka, el tipo de lectura que puede girarte la existencia, y también sería el caso de mi última lectura, Mientras agonizo, de William Faulkner. Es increíble como una historia hilvanada de forma compleja y escrita en un tour de force de seis semanas contiene tantos temas sobre la vida y tanta maestría a la hora de trazar la psicología de los personajes.
Mientras agonizo narra la historia de la familia Bundren. La madre, Addie, está muy enferma y su último deseo es que su marido y sus hijos la entierren en Jefferson, el pueblo en el que nació. De esta manera, Anse y sus cinco hijos, Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell y Vardaman, se disponen a cumplir con la última voluntad de la señora Bundren, a pesar de que el encargo no será nada fácil.
Para empezar a abordar esta obra de Faulkner es imprescindible apuntar que la narración se divide en 56 capítulos, cada uno de ellos bajo el punto de vista de uno de los personajes y con un modelo de narración llamado flujo de consciencia. Eso significa que no nos encontramos ante la típica primera persona que escogen muchos novelistas, sino que cada capítulo implica entrar en la mente de un ser humano, con sus contradicciones, incongruencias y deseos. Algunos de ellos nos abocan a un pensamiento caótico, algo que no resulta baladí, puesto que ciertos personajes están al borde de la misma locura o presos de una fuerte desesperación.
Debo confesar que hice un primer intento con Mientras agonizo hace ya algunos años y abandoné; me chocó muchísimo ese estilo de escritura donde a menudo es fácil perder el hilo. La lectura de la novela de Faulkner no es sencilla para aquellos que estén habituados a modos de narración más clásicos, pero una vez te sumerges en su manera de explicar la particular odisea de esta familia se encuentran verdaderas virtudes entre sus páginas.
Hubo un capítulo que me impactó especialmente: el narrado por la propia Addie Bundren una vez ya fallecida. En él conocemos el punto de vista de una mujer que se describía en la vacuidad absoluta, siguiendo la filosofía paterna sobre la cual la razón de vivir es prepararse para estar muerto. Addie habla como si Anse, a quien nunca amó, la hubiera despojado de todas las parcelas de su privacidad, y habla con total insensibilidad de los hijos que fue teniendo hasta la llegada de Jewel, que marca un punto de inflexión. Ese punto existencialista en el discurso de Addie, una mujer de la que todos hablan con amor pero cuyos pensamientos son fríos y despersonalizados, me pareció muy sugerente a nivel de reflexión.
El tema del vacío existencial se complementa con la potente metáfora sobre la podredumbre de la institución familiar. Addie era el pegamento que mantenía unida a la familia; su muerte y posterior proceso de descomposición funcionan como alegorías de un padre y unos hijos que quedan expuestos y, sus secretos y pasiones, exhibidas, pues ya no hay pose alguna que mantener. Addie era una muerta en vida, pero con su deseo final (y la expresa dificultad que iba a propiciar en su familia) convierte a los vivos en unos fantasmas a la espera de acatar con dignidad la orden final.
Otro de los puntos claves de la novela es la psicología y composición de los personajes. Empezando por Anse, cabeza de familia, la clase de hombre que se vanagloria de la dignidad y de no querer deberle nada a nadie pero que constantemente se apropia de los bienes ajenos y de la buena fe del prójimo, incluidos sus hijos. Egoísta y lastimero, es él quien da el golpe de efecto final al desenlace de la novela, un final que no hace más que remarcar el carácter hipócrita de su personalidad.
Luego, los hijos: por un lado Cash, persistente y sufridor, la voz calmada y práctica; Darl, perdido en una vorágine de pensamientos que le llevan a la locura; Jewel, temperamental y valiente; Dewey Dell, abocada a la desgracia por el secreto que guarda; y Vardaman, el hijo menor e indudablemente trastornado, con una corriente de pensamientos totalmente caótica y desmadejada. Todos conforman un cuadro al que hay que añadir elementos como la pobreza de las clases rurales más deprimidas o la extraña dignidad sobre el deber cristiano y la obligación para con los muertos. Todo ello alimentado por los puntos de vista ajenos a la familia, que desgranan (o tergiversan) las acciones de los Bundren, como toda comunidad hace al emitir juicios sobre los demás.
Mientras agonizo me parece una novela imprescindible para acercarse a otro tipo de narración que, además, aporta un valor literario incuestionable a pesar de su poca pulida prosa, en ocasiones algo farragosa, pero no exente de cierto nervio que estimula al lector en su viaje junto a esta particular familia de la Norteamérica profunda.
Ficha Mientras agonizo OhLibro
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