El cuento de la criada – la búsqueda de la libertad

El cuento de la criada - portada libro

El cuento de la criada de Margaret Atwood ha regresado al punto de mira, esta vez como adaptación televisiva. En esta novela vemos como las mujeres tiñen su estatus de diferentes colores y quedan sujetas a sus escasos derechos, así como asistimos a las privaciones y actos de un totalitarismo basado en el puritanismo más exacerbado (y también falso) y en garantizar la continuación de la especie.

Universos distópicos

Distopías hay muchas; los últimos tiempos parecen haberse plagado de historias sobre futuros inciertos y descorazonadores, sobre todo protagonizados por adolescentes y jóvenes; por citar algunos, se me vienen a la cabeza Los juegos del hambre, Divergente y El corredor del laberinto. Con premisas más o menos atractivas, algunas de estas historias ofrecen planteamientos cómo mínimo interesantes (otras veces simplemente morbosos), aunque no todos tienen, ni mucho menos, el poder de otorgar al lector la oportunidad de reflexionar sobre el ser humano. Quizás éste se sitúe en situaciones más o menos irreales, pero al fin y al cabo no dejan de ser personas reaccionando, y cuando vemos atisbos de reconocimiento en sus acciones es muy difícil sentir indiferencia.

Soy como una habitación en la que una vez ocurrieron cosas pero en la que ya no sucede nada.

El mundo de Defred

Defred es una Criada; al igual que la protagonista de la novela Rebeca de Daphne du Maurier, tampoco llegamos a saber su nombre. Es una identidad que se funde en el pensamiento colectivo, una representación con el mero objetivo de dar un testimonio que nos haga partícipes de una realidad alternativa, o al menos de determinadas partes. Defred no solamente expone sus vivencias y pensamientos, sino que vive a través de ellos más de lo que realmente vive en la realidad que le ha tocado existir. Su testimonio no es lineal; muchas veces los recuerdos se ven interrumpidos por otros, más antiguos o más recientes, como una mente que divaga y picotea aquí y allá entre sus recuerdos. Aun así, su relato es esclarecedor en muchos sentidos; no necesitamos saber más del contexto de lo que se nos ofrece.

Es posible que quizás surja el deseo de poder contemplar esta realidad a través de otros pensamientos e impresiones, ya sean de hombres o de mujeres. Qué es lo que pasa por la mente de Moira, de Nick, de Luke, del Comandante, e incluso de Serena Joy. Pero sólo tenemos a Defred. Y nos basta.

Nos es suficiente porque esta mujer, que son muchas y una sola al mismo tiempo, nos regala algo tan real como una mente convulsa, repleta de sentimientos volátiles, flamígeros, que subyacen por un tiempo para luego estallar en el momento menos pensado, obviando toda prudencia. Al principio, Defred casi parece un objeto inanimado, carente de cualquier otra voluntad que no sea la de buscar la salida final que le evite seguir siendo un simple recipiente al servicio de los demás. La rutina es como una piedra pesada que cargar y los estímulos son casi inexistentes: el tacto de una tela, el aroma de una flor, el sabor de la brisa. Parece poético pero no lo es, porque Defred los paladea como pequeñas migajas de algo parecido a la libertad.

Qué fácil resulta inventar la humanidad de cualquiera.

Mujeres esclavas y diosas

En El cuento de la criada existe una paradoja; las mujeres son despojadas de todos sus derechos, usadas y desechadas según su capacidad para engendrar a conveniencia de los hombres (e incluso de algunas mujeres de estrato superior). El doble rasero con la que ha tenido que cargar siempre el género femenino reaparece una vez más: la belleza de poder albergar vida, la supeditación a dicha capacidad. La mujer vista como madre y nada más; no serlo equivale a una causa perdida y aunque puede sonar extremista y retrógrado, en nuestra propia sociedad aún late esa forma de pensar.

Las mujeres de Gilead, concretamente las Criadas, son las que ostentan el verdadero poder, y ahí nace la paradoja; sus manos quedan atadas para vivir libremente, amar o incluso para acostarse con quiénes ellas decidan, pero al mismo tiempo su papel como dadoras de vida las encumbra. Una dicotomía difícil de digerir, pero como digo también nos incita a reflexionar sobre nuestro papel en la sociedad actual.

Defred no quiere recordar, pero la mente es caprichosa; nos nutre de esperanza y de recuerdos inalcanzables y su choque con la realidad es difícil de combinar. Sólo quedan las pequeñas rebeliones, una cerilla bajo el colchón, un soplo de nicotina en los pulmones y el roce amparado en la oscuridad. No es amor, pero es algo que en tiempos de Gilead sienta incluso mejor: sentirse libre una vez más, aunque ésta vez sea la última.

PD: El final de El cuento de la criada, con ese salto en el tiempo y la imposibilidad de saber qué fue de Defred es brillante y frustrante a un tiempo… y creo que el mejor posible.

Noemí Escribano

Comunicadora Audiovisual, lectora voraz y procrastinadora nata.

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