Thelma – alzando el vuelo
Parte de la magia de crecer es poder crear tus propios vínculos con nuevas personas, más allá de aquellos que te llegan heredados. Para aquellos que han crecido en el seno de familias amorosas y tolerantes es difícil imaginar otra clase de circunstancias menos agraciadas en las que, como en el caso de Thelma, el supuesto amor fraternal funciona a modo de red intimidatoria y coartante, dejando una huella indeleble en aquellos que la sufren.
Thelma (Eili Harboe) acaba de comenzar la carrera de biología en la universidad. Su relación con sus padres funciona a base de control y sobreprotección, factores que hacen mella en la joven a través de su dificultad para relacionarse con gente de su edad. Un día Thelma conoce a Anya (Kaya Wilkins) y empieza a integrarse en el ambiente universitario, probando nuevas experiencias y tratando de conocerse mejor a si misma. Pero hay algo que la hace diferente al resto.
Despertar autoconsciente
Si tuviéramos que describir el film de Joachim Trier podríamos hacerlo como un refinado drama sobrenatural en el que el verdadero fondo radica en el proceso de autodescubrimiento que todos y todas, una vez llegada y sobrepasada la pubertad, debemos experimentar en algún momento de nuestras vidas. A veces parece que el film de Trier se sitúe en una atmósfera cercana al miedo, en realidad Thelma es una joven con un don a la que sería atribuible la tan famosa frase de tío Ben en Spider-Man (‘un gran poder conlleva una gran responsabilidad’) pero que, en este caso, dicho poder queda socavado por un malsano cóctel de religión privativa, represión sexual y sobrevigilancia parental.
Es difícil hablar de Thelma sin entrar en el pantanoso terreno de los “spoilers”, pero al espectador que decida acercarse a esta delicada película le recomendaría que la deguste fijándose en la belleza de su simbología. También, le diría que observe la calmada comprensión que surge al experimentar y al probarse a uno mismo; y, finalmente, le aconsejaría que se dé cuenta cómo algunos silencios están construidos de una manera tan calculadamente intimidatoria que tan sólo queda espacio para el llanto. Mucho más sutil que Crudo, con la que he hallado puntos en común, como si sus protagonistas compartieran el mismo espacio vital aunque manifestándolo de maneras muy diferentes.
Thelma constituye un viaje alegórico rebosante de amplios planos, pero también de un intimismo muy real y natural que, a pesar de oscilar entre el drama y lo fantástico, logra conseguir esa trascendencia capaz de hacer sentir al espectador que ha presenciado algo especial.
Ficha Thelma Filmaffinity
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